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Grabado: Richard Cosway. Venus y Marte. c. 1790. |
Tenía
que quedarse unos días en Madrid y la invité a mi casa. Estaba sentada en el
sofá a mi lado, fumando y hablando sobre un problema laboral que la tenía un
poco preocupada. Kayla es una mujer de carácter y muy segura en todo lo que
dice o hace. De mediana edad, morena, con una gran melena leonina y ojos muy
expresivos de color miel, unas caderas grandes y unas tetas de estatua de
mármol griega. Me había hecho caso y se había puesto cómoda, es decir, iba sin
bragas y sin sujetador debajo de una túnica negra. De repente, se levanta y se
coloca delante de mí:
—¡Bájate
los pantalones!
—¿Qué?
—contesté sorprendido.
—¡Que
te bajes los pantalones! —insistió.
Entonces
me percaté que deseaba algo sexual. Me bajé los pantalones hasta los tobillos
sin levantarme del sofá. Se subió la túnica hasta el cuello, se sentó encima de
mí y, mirándome a la cara, colocó su clítoris sobre mi polla. Se restregó con
fiereza mientras gemía intensamente. Se corrió muy rápido. Enseguida me corrí yo
también de una forma muy bestia. No creo que tardáramos, en total, más de un
minuto. De inmediato se puso a hablar tranquilamente por el móvil sobre el
asunto laboral que tenía pendiente. Si todas las mujeres que conozco fueran tan
rápidas como Kayla, mi producción artística sería mucho mayor.
Querido, para tu producción artística no sé el tiempo que necesitas, pero hay obras de arte que se ejecutan en menos de un minuto. A las pruebas me remito.
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