miércoles, 20 de agosto de 2014

La cama negra


Fotografía: Marqués de Zas.

Una cama grande y negra, rodeada de cortinas negras semitransparentes, en un local público. Kara extendió una sábana blanca y se tumbó desnuda sobre ella. Yo, también desnudo, le retorcía los pezones y el clítoris. Kara gemía y no estaba muy claro si de dolor o de gusto. Un tipo bajito y calvo nos miraba a través de las cortinas masturbándose con mucho sigilo. Según iba golpeándole el clítoris con la mano, se iban sumando mirones alrededor de la cama. Kara eyaculó sobre la sábana desechable, empapándola y dejándola translúcida. Hombres y mujeres, todos los que estaban en el local en ese momento, nos observaban en silencio. Kara dejaba de gemir sólo cuando me la chupaba. Con la correa del pantalón empecé a golpearle las nalgas con fuerza. Una de las parejas se sentó enfrente de nosotros para vernos mejor. Sus ojos estaban tan cerca del culo de Kara, que temí darles en la cara con el cinturón. En cuanto me vieron eyacular, se fueron marchando todos menos la pareja sentada, que se quedó mirando cómo lamía la cara de Kara, cubierta de semen. Les pregunté si lo habíamos hecho bien. El hombre me contestó que muy bien, ella bajó los ojos.

4 comentarios:

  1. A lo mejor esa mujer bajó la mirada ante la turbación de su propio deseo por ocupar el lugar de Kara.

    Un texto lujurioso relatado con la precisión de un periodista, dejando las florituras para la imaginación del lector. Muy de tu estilo, que ya sabes que admiro.

    Y magnífica foto!

    X

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Un relato...

    Intenso...excitante...lascivo...perverso...lleno de lujuria y provocación...todo un placer para los sentidos...reflejo de su propio ser.

    Lametones de esta perra salvaje.

    _nefer_

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  4. Como en un ceremonial obscurantista haces la luz desde unas presuntas tinieblas que “los otros”, tal vez, considerarían de una desviación inaceptable. El dolor, los jugos del placer y ese regusto entre amargante y de un dulce picante (como le de los pasteles de miel árabes) queda patente, latente en la memoria del lector. Vívido, creíble y, por lo tanto, cierto. La ficha de dominó, del dómino, de ese dominio en blanco y negro. Color de dicotomía displicente para aquel que no comprende y sonido mudo del gemido presumido, del chapotear de la lengua lamedora y el permanente fedegar de las miradas hipnotizadas en ese “show must go one” que se detiene, como en un apagón que corre el telón, con el gatuno gesto de lengüetear la faz fecundada.

    Gracias por el momento, la escena y el poso que (me) quedó.

    Saludos cordiales.

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