jueves, 17 de noviembre de 2016

Sexo telefónico

Marilyn Monroe para Chanel. 1953.

Hasta que conocí a Nina, estaba totalmente convencido de mi imposibilidad de tener un orgasmo como consecuencia de una conversación telefónica. El conocido popularmente como “sexo telefónico” era, para un servidor, algo sin el más mínimo morbo ni interés. Soy muy visual. En todo lo relacionado con mi excitación sexual, lo visual es absolutamente básico. Si no lo veo, no lo creo. Nina me convenció para probar. Me conocía muy íntimamente. Demasiado, para mi gusto. No sólo en el terreno de las relaciones sexuales, donde estábamos muy compenetrados, sino también en el de mis más perversas y oscuras fantasías. Incluso, había descubierto algunas que yo ignoraba. Me llamó por teléfono y empezó a susurrarme como si estuviera a mi lado, pegada a mi oído. Sus palabras me propulsaron un efecto eréctil inmediato. Mi solitaria realidad, tumbado en la cama, a oscuras y desnudo, no tenía nada que ver con lo que experimentaba mi mente. No me podía creer que fuera tan bestialmente excitante. Algo tan personal y secreto me tenía tan al borde del orgasmo, que no me importaba nada arder eternamente en el infierno por ser tan cerdo. Me preguntaba cómo me sentía por hacer esto o aquello, con la intención de excitarse ella también. Acercó el teléfono a su coño para que pudiera oír el intenso chapoteo que provocaban sus dedos entrando y saliendo. Sus más íntimos secretos se entrelazaron con los míos. Primero me corrí yo y casi inmediatamente ella. Luego, nos quedamos en silencio durante largo tiempo. Fue como un aterrizaje mullido tras un peligroso salto en paracaídas. La adrenalina me salía por las orejas. Su risa me devolvió a la vida real.

 –¡Ves como sí podías! polla fácil –me espetó mientras seguía riendo.

Nina me ha enseñado que un secreto, un complejo de culpa o, incluso, un trauma, se pueden subvertir para introducirlos en un juego sexual y convertirlos así en fuente de placer. Utilizando únicamente la palabra como un bisturí, abrimos en canal la conciencia, sacamos el inconsciente y nos lo follamos.

Ya lo decía Saint-Exupéry en El principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

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