Corona de espinas de acero. Ilustración de Madame X |
Abrió
la puerta, me dio la mano y me invitó a pasar a su casa. Míster Pi tiene el pelo
blanco muy corto, ojos claros, piel pálida y pinta de escritor. Pasamos a una
biblioteca abarrotada de libros en varios idiomas. En medio de la habitación
había una mesa larga. Le mandé desnudarse y que me la chupara de rodillas. Los
correazos imprimieron en sus nalgas unas franjas moradas que me pusieron el
capullo más duro que el mármol. Volví a metérselo en la boca. Le azoté las nalgas
con mi fusta a la vez que le tiraba de los huevos con una cadena. Su polla
gorda se iba poniendo más dura y brillante con cada golpe. Sentí unas ganas
tremendas de vomitarle y de correrme en su cara de buena persona. Amarré mi
polla a la suya con un cordel y las apreté mientras me chupaba los pezones. Toda
la habitación olía a polla y a carne de animal. De pie, con las piernas
abiertas y las manos detrás de la cabeza, le estuve dando fustazos en la polla
erecta hasta que me cansé. Tumbado en la mesa boca arriba, le dije que me
mirara, entonces le clavé una aguja intramuscular en el capullo con la punta
hacia arriba. Repetí la operación con once agujas alrededor del glande. Su pene
quedó flagelado, cubierto de sangre y con una corona de espinas de acero. Como
un Cristo.
Si supiera, te cantaba una saeta desde lo alto del balcón, de luto y con mantilla.
ResponderEliminarBella y poderosa escena, Marqués.