miércoles, 11 de diciembre de 2013

Eva

Fotografía de Jan Saudek
Mi amigo Espino llamó a la puerta teniendo cuidado de no hacer mucho ruido. Abrió una mujer con melenita rubia y gafas. No dijo nada. Era gordita y de corta estatura. Un perro negro, a su lado, nos miraba inquisitoriamente. Iba cubierta únicamente con un picardías blanco que transparentaba unos pechos colgantes de grandes pezones, color rosa palo. Nunca había visto una mujer tan extraña ni un camisón con tantos encajes. Creí que se había escapado de unos dibujos animados. Nos miró largo rato en silencio. Encontré la situación cómica. Sin decir palabra, se dirigió al dormitorio seguida del animal y de nosotros dos, por este orden. Se tumbó en la cama bocarriba con las gafas puestas. El chucho lo hizo bocabajo en una esquina. Espino le quitó el picardías, metió la cabeza entre las piernas y empezó a lamerle el clítoris. Yo hice lo mismo con lo que más me gustaba de ella; los pezones. Parecíamos dos niños comiendo un flan sin usar las manos. Teníamos una buena erección. Espino se colocó bocarriba con su instrumento forrado de látex transparente. La verga de mi amigo era casi el doble que la mía, aunque menos gruesa. La rubia se quedó mirando las dos pollas durante un instante, escogió la de mi colega, y se la metió de golpe hasta la mitad. Sentada y ensartada jadeaba tenuemente. La verga aparecía y desaparecía a mis ojos con sus enormes nalgas bailando encima. La escena me parecía tan excitante que estuve a punto de metérsela por el culo sin preservativo. Me contuve a duras penas y empecé a lubricarle el esfínter con saliva. Cuando iba a rasgar el sobrecito del condón, con tono autoritario, dijo que no follaba por el ano. Me quedé helado. Se me bajó al instante. Me vestí mientras ellos dos se corrían casi a la vez.

A la semana siguiente habló con mi amigo por teléfono y le dijo que si queríamos repetir, tendríamos que pagar. Se llamaba Eva y no hemos vuelto a saber de ella.

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