Fotografía de Jan Saudek |
Mi
amigo Espino llamó a la puerta teniendo cuidado de no hacer mucho ruido. Abrió
una mujer con melenita rubia y gafas. No dijo nada. Era gordita y de corta
estatura. Un perro negro, a su lado, nos miraba inquisitoriamente. Iba cubierta
únicamente con un picardías blanco que transparentaba unos pechos colgantes de
grandes pezones, color rosa palo. Nunca había visto una mujer tan extraña ni un
camisón con tantos encajes. Creí que se había escapado de unos dibujos
animados. Nos miró largo rato en silencio. Encontré la situación cómica. Sin
decir palabra, se dirigió al dormitorio seguida del animal y de nosotros dos,
por este orden. Se tumbó en la cama bocarriba con las gafas puestas. El chucho
lo hizo bocabajo en una esquina. Espino le quitó el picardías, metió la cabeza
entre las piernas y empezó a lamerle el clítoris. Yo hice lo mismo con lo que
más me gustaba de ella; los pezones. Parecíamos dos niños comiendo un flan sin usar
las manos. Teníamos una buena erección. Espino se colocó bocarriba con su
instrumento forrado de látex transparente. La verga de mi amigo era casi el
doble que la mía, aunque menos gruesa. La rubia se quedó mirando las dos pollas
durante un instante, escogió la de mi colega, y se la metió de golpe hasta la
mitad. Sentada y ensartada jadeaba tenuemente. La verga aparecía y desaparecía
a mis ojos con sus enormes nalgas bailando encima. La escena me parecía tan
excitante que estuve a punto de metérsela por el culo sin preservativo. Me
contuve a duras penas y empecé a lubricarle el esfínter con saliva. Cuando iba a
rasgar el sobrecito del condón, con tono autoritario, dijo que no follaba por
el ano. Me quedé helado. Se me bajó al instante. Me vestí mientras ellos dos se
corrían casi a la vez.
Eva al desnudo... en sus bajezas.
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