jueves, 11 de noviembre de 2010

Sophia y el mono

Imagen: acuarela anónima.

La luz de las farolas iluminaba rítmicamente la cara de Sophia dentro del coche.  Mientras yo la observaba de refilón, ella miraba fijamente al Audi negro que nos guiaba a una distancia prudencial, por una ciudad que parecía desierta. La luna llena se reflejaba obstinadamente en el parabrisas, impidiendo concentrarme en la conducción. Hacía más de un año que conocía a Sophia. Era una mujer alta, de caderas anchas, pelo azabache y mirada penetrante. Iba impecablemente maquillada y, aunque parecía seria, estaba contenta. No sabía la perversión que estaba a punto de realizar, pero estaba seguro que no me iba a defraudar. Llegamos a una urbanización. Del Audi descendió un tipo calvo, de piel sonrosada y amplia sonrisa. Nos guió a través de un jardín con flores amarillas hasta su casa. Era una vivienda amplia, con pocos muebles y un perro cariñoso. Después de que sirviera unas bebidas en una mesa redonda y encerrara al animal, Sophia le ordenó con voz suave que se desnudara completamente y se pusiera el collar de perro que le ofrecía. Yo me senté complacido. La situación ya me estaba excitando. Sophia me miró con complicidad y, dirigiéndose al calvo, que asentía como un mono salido, le dijo:

-El marqués de Zas es amigo mío. ¡Chúpale la polla!

Me puse de pie y, abriendo la bragueta, saqué mi pene completamente erecto. De rodillas, el calvo sonrosado me la comenzó a chupar. Parecía muy entusiasmado. Luego me enteré que era heterosexual.

- Cómo le gusta a esta puta comerse una polla -dijo Sophia sonriendo.

Sophia le mandó ponerse en pie y le llevó al otro extremo de la habitación. Sacó un látigo de colas de su maletín y comenzó a azotarle las nalgas con fuerza. Unos abultados verdugones rojizos brotaron inmediatamente. Mientras gruñía quedamente con cada golpe, su polla tiesa goteaba un hilillo espeso que encharcaba el suelo.

-¡Cerdo, te voy a poner una pinza en el pito! ¡Límpialo, puta! -le espetó Sophia con furia, mientras le obligaba a lamer el suelo con la lengua.

Sophia suspiró. A continuación lo puso a cuatro patas y, bajándose las bragas, le ofreció su ano para que lo lamiera. No tuvo que decirme nada. Me incliné y penetré con fuerza sus nalgas enrojecidas de macho sumiso. Mientras el mono metía la lengua en el agujero de Sophia, yo le embestía con enormes sacudidas. De repente, ella se puso de pie, se subió las bragas y los pantalones. Yo también me incorporé. Se percató que los dos estábamos a punto de eyacular. Tiró con fuerza del collar del calvo, colocándolo frente a mí con la boca abierta. Me corrí en su cara y en su boca. Él, chillando como un loco, eyaculó en el suelo. Al despedirnos fui muy sincero con el mono:

-Ha sido un placer.

4 comentarios:

  1. Un placer para los tres, por lo que veo.
    Y muy bien relatado, con estilo y naturalidad.
    Un abrazo

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  2. Delicioso relato. Y qué perversas compañías... Deberías tener cuidado con según qué damas, nunca se sabe dónde te pueden conducir ;-)

    Un beso,

    X

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  3. Mery: los libertinos es lo que tenemos; naturalidad en lo menos natural.

    Madame: sólo me arrepiento de los besos que no he dado. Y viceversa.

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  4. Libertino y Libertario también no? Da gusto compartir experiencias tan estimulantes ...

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