miércoles, 12 de septiembre de 2018

El cura

Fotografía: Michael Stokes. 2007.

Estoy escribiendo este post en un bar con una pluma estilográfica sobre papel. El bar está vacío. Enfrente hay una iglesia. Es una iglesia grande en la que no he entrado. Desde la ventana del bar veo pasar muchos turistas. Una amiga me presentó a un cura que, además de tener muchas ganas de conocerme, está destinado en ese templo, si no me equivoco. No quiero entrar porque me pondría cachondo verlo ante el altar.

Es un hombre joven, delgado, moreno, con los ojos claros y lampiño en todo el cuerpo, excepto en el pubis. Con un flequillo infantil que le da un aire de monaguillo. Le abrí la puerta de mi estudio y entró muy deprisa –para que no le vieran-. Se quedó pegado a la pared, en silencio y mirando fijamente al suelo. Le dije que se desnudara completamente y se pusiera a cuatro patas. Me obedeció inmediatamente sin decir palabra. Le separé las piernas con mis botas militares. Observé por detrás sus nalgas y sus genitales colgantes. Tenía un buen culo y una polla gruesa, que se le estaba poniendo morcillona. Saqué una banqueta de madera y le dije que apoyara en ella medio cuerpo y siguiera de rodillas. No levantó los ojos del suelo, ni siquiera cuando le metí el pene en la boca. La boca estaba caliente y húmeda, pero no babosa, ideal para una primera comunión. Se la metí entera para que le dieran arcadas. No se inmutó. Le puse una pinza de la ropa en cada pezón y otra cerrándole el prepucio. Tampoco se movió. Estuve golpeando sus nalgas con un azotador de varillas de madera hasta que se volvieron rojas. Le saqué la lengua y se la trabé con dos palillos chinos atados con gomas elásticas. Me fui a otra habitación a beber agua. Cuando regresé seguía sin moverse. Retiré las pinzas de los pezones y del prepucio. Al hacerlo, sí reflejó algo de dolor en su cara por primera y única vez. Estiré su prepucio con ambas manos hasta poder cubrir todo mi glande a modo de capucha. Coloqué un preservativo lubricado en un vibrador y se lo metí por el culo. Un vibrador anal en forma de cuerno al que sólo le vibra la punta, algo que parecía no entusiasmarle lo más mínimo. Le ordené que se levantara y fuera a la ducha. Cuando estuvo dentro se inclinó con la boca abierta. Sabía lo que le esperaba. Aguardé unos segundos y el chorro de orina salió a toda presión y fue directamente a su garganta, rebosando a borbotones por la comisura de sus labios. Se duchó y, después de enjuagarse la boca con Oraldine, se marchó sin decir nada. No hablamos ni una sola palabra. Un tipo callado y obediente. Seguro que llegará a obispo.

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