Se había quedado sola esa semana en casa. Ella y su perro. Su marido, con el que compartía la casa, había salido de viaje y no regresaría hasta el fin de semana siguiente. Estábamos sentados en el porche rodeados de un pequeño jardín. Me había invitado a pasar unos días. Con ella siempre me lo pasaba estupendamente. Tenía todo lo que yo deseo. Era atractiva, muy inteligente, con una exquisita educación, morena, de piel blanca y curvas rotundas. Fumaba tranquilamente mirándome a los ojos. Entonces pensé que había llegado el momento. Dorotea no se inmutó cuando me levanté y entré en la casa sin decir nada. El perro fue detrás de mí hasta el dormitorio y me miró atentamente mientras me calzaba unas botas de montar y un elegante traje negro. Cuando volví al porche, ella me miró de arriba abajo y sonrió. Ven conmigo, le dije muy serio. Ella me siguió sin rechistar hasta el dormitorio.
—De rodillas encima
de la cama. —le susurré.
Me quedé mirando sus
calcetines blancos. Me gusta que los lleve. Parece más frágil, más infantil.
Entonces me subí a la cama. Frente a ella. Su cabeza a la altura de mi
entrepierna.
—¡Abre la boca!
—dije en tono autoritario, mirándola a los ojos.
Sus ojos se abrieron
como platos en el momento exacto en el que le puse la pistola en los labios. El
terror se reflejó en su cara de una forma clara en menos de un microsegundo.
Era un miedo real. Se quedó petrificada. Estaba tan asustada que no movía ni un
músculo. Estoy seguro que en esos momentos le atenazó la duda de si estábamos
jugando o estaba ante un maldito loco.
(No puedo mantener
la erección si no te veo temblar de miedo)
—¡Abre la boca!
—volví a repetir en tono amenazante.
Negó con la cabeza
mientras apretaba los labios con fuerza. Pensé en golpearle la boca con la
punta del cañón, pero creí que sería más interesante conseguir que me
obedeciera.
—¡Te he dicho que
abras la boca! —repetí incansable.
Cuando los labios
temblorosos apenas se abrieron le metí el cañón en la boca de un solo golpe.
Ella cerró los ojos. Sentí que se rendía. La estaba poniendo al límite de lo
soportable. Tenía la cara mojada por las lágrimas. Lo que estaba pensando ella
en esos momentos debía ser pavoroso, aunque estaba seguro que la crueldad
dejaría paso a la lujuria en cuanto cambiara la pistola por el cañón de mi
entrepierna. Su boca no sabría cuál de los dos estaba más duro.
A la misma velocidad
que le metí el cañón en la boca, se lo saqué y guardé el arma en una caja. La
ayudé a ponerse en pie, le quité las bragas y los calcetines, y me desnudé del
todo. Dorotea es maravillosa. Una perfecta compañera de juegos. Creí que me iba
a dar una patada en los huevos. Pero todo lo que hizo fue abrazarme entre
sollozos.
(Que extraño es buscar
lujuria en mi crueldad para encontrar mi auténtica identidad)
No fue Tánatos el
que dirigió la escena, sino Eros disfrazado. Rodamos por la cama entrelazados.
Nos besamos con tanta pasión que parecíamos una jauría de perros salidos. No
recuerdo cuantas veces nos corrimos, pero, sin duda, batimos nuestro propio record.
Es lo que tiene el abismo; te acojona
cuando caes dentro, pero te recompensa si eres capaz de llegar al fondo.
Nota del autor.- Dorotea no sabía que la pistola era simulada y prestada. La fotografía está descargada de Internet, si alguien conoce al autor le agradecería que me lo diga.
Impresionante vivencia. Y tan bien narrada.
ResponderEliminarEs usted un artista hasta para follar.