lunes, 24 de abril de 2017

Abre la boca



Se había quedado sola esa semana en casa. Ella y su perro. Su marido, con el que compartía la casa, había salido de viaje y no regresaría hasta el fin de semana siguiente. Estábamos sentados en el porche rodeados de un pequeño jardín. Me había invitado a pasar unos días. Con ella siempre me lo pasaba estupendamente. Tenía todo lo que yo deseo. Era atractiva, muy inteligente, con una exquisita educación, morena, de piel blanca y curvas rotundas. Fumaba tranquilamente mirándome a los ojos. Entonces pensé que había llegado el momento. Dorotea no se inmutó cuando me levanté y entré en la casa sin decir nada. El perro fue detrás de mí hasta el dormitorio y me miró atentamente mientras me calzaba unas botas de montar y un elegante traje negro. Cuando volví al porche, ella me miró de arriba abajo y sonrió. Ven conmigo, le dije muy serio. Ella me siguió sin rechistar hasta el dormitorio.

—De rodillas encima de la cama. —le susurré.

Me quedé mirando sus calcetines blancos. Me gusta que los lleve. Parece más frágil, más infantil. Entonces me subí a la cama. Frente a ella. Su cabeza a la altura de mi entrepierna.

—¡Abre la boca! —dije en tono autoritario, mirándola a los ojos.
     
Sus ojos se abrieron como platos en el momento exacto en el que le puse la pistola en los labios. El terror se reflejó en su cara de una forma clara en menos de un microsegundo. Era un miedo real. Se quedó petrificada. Estaba tan asustada que no movía ni un músculo. Estoy seguro que en esos momentos le atenazó la duda de si estábamos jugando o estaba ante un maldito loco.

(No puedo mantener la erección si no te veo temblar de miedo)

—¡Abre la boca! —volví a repetir en tono amenazante.

Negó con la cabeza mientras apretaba los labios con fuerza. Pensé en golpearle la boca con la punta del cañón, pero creí que sería más interesante conseguir que me obedeciera.

—¡Te he dicho que abras la boca! —repetí incansable.

Cuando los labios temblorosos apenas se abrieron le metí el cañón en la boca de un solo golpe. Ella cerró los ojos. Sentí que se rendía. La estaba poniendo al límite de lo soportable. Tenía la cara mojada por las lágrimas. Lo que estaba pensando ella en esos momentos debía ser pavoroso, aunque estaba seguro que la crueldad dejaría paso a la lujuria en cuanto cambiara la pistola por el cañón de mi entrepierna. Su boca no sabría cuál de los dos estaba más duro.

A la misma velocidad que le metí el cañón en la boca, se lo saqué y guardé el arma en una caja. La ayudé a ponerse en pie, le quité las bragas y los calcetines, y me desnudé del todo. Dorotea es maravillosa. Una perfecta compañera de juegos. Creí que me iba a dar una patada en los huevos. Pero todo lo que hizo fue abrazarme entre sollozos.

(Que extraño es buscar lujuria en mi crueldad para encontrar mi auténtica identidad)

No fue Tánatos el que dirigió la escena, sino Eros disfrazado. Rodamos por la cama entrelazados. Nos besamos con tanta pasión que parecíamos una jauría de perros salidos. No recuerdo cuantas veces nos corrimos, pero, sin duda, batimos nuestro propio record. Es lo que tiene el abismo; te acojona cuando caes dentro, pero te recompensa si eres capaz de llegar al fondo.


Nota del autor.- Dorotea no sabía que la pistola era simulada y prestada. La fotografía está descargada de Internet, si alguien conoce al autor le agradecería que me lo diga. 

1 comentario:

  1. Impresionante vivencia. Y tan bien narrada.

    Es usted un artista hasta para follar.

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